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viernes, 24 de julio de 2015

Borrachos de la Luna

Esta noche pienso aflojar las cuerdas.
Es más, pienso cortarlas, con un golpe seco de batería.
Esta noche quiero que la música me baile
y que no me haga falta ninguna copa para sentirme embriagada.
Esta noche quiero que me digas que estoy guapa, aunque sé que te gusta soltarlo cuando no llevó maquillaje.
Quiero reír. A carcajadas, y por tonterías. Quiero que nos olvidemos del alcohol y nos emborrachemos de la Luna. 
Quiero que nos perdamos un rato, y que cuando nos encontremos finjamos que jamás nos hemos visto. Y así podemos enamorarnos otra vez, y te regalo todos los primeros besos que quieras.
Seremos cómplices cuando suene esa canción. Durante esas notas, eres todo mío.
Diles una escusa, la que sea, y nos largamos. Vamos a comernos la ciudad, piedra a piedra.
Esta noche, sólo dejó que tú tenses las cuerdas.

miércoles, 22 de julio de 2015

Cicatrices

Ella era tímida. Tanto que nadie había llegado a conocerla de verdad. Tanto que incluso después de vivir años en el mismo lugar, no sentía ningún centímetro de calle como suyo. Cada vez que cruzaba las puertas de su casa, le parecía que caminaba hacia un lugar extraño, carente de cariño y empatía. No importaba cuantas personas llenasen el local, ella siempre era una extranjera en un país de marionetas. Como suele decirse, ella no encajaba. A los demás les resultaba rara, ¿pero qué esperabas?. Solía mirar la Luna con embeleso, y cuando quería compartir su hallazgo, nadie la tomaba en serio. ¿A quién en su sano juicio le interesa la Luna?
Ella parecía tranquila, pero en realidad bullía por dentro. Sentía con una intensidad de fuego, aunque siempre le parecieron más reales los personajes de tinta que las personas de verdad. Le gustaba estar sola y en silencio, pero cuando nadie podía oírla, arrancaba a cantar. No se le daba muy bien, sin embargo no le importaba. A veces necesitaba hacerlo, expulsar de sus pulmones la pólvora que se le iba acumulando con cada silencio.
Nada le parecía más hermoso que el aparente desorden de la naturaleza, y opinaba que cuanto más hablase una persona, menos interesantes eran sus palabras.
Estuvo sola mucho tiempo.

Él también era tímido, pero resultaba encantador. Fue un lobo, un depredador, y tomaba todo cuanto podía alcanzar. Era un ladrón de besos, aunque todas se entregaban de buena gana. Él vivía de verdad, entre amores fugaces y noches en vela. Nunca le daba tregua al tiempo, porque era suyo para hacer con él lo que quisiera. La desgracia se le había cosido a los talones, nunca podía burlarla mucho tiempo, y al final acabó por convertirse en una vieja amiga. Tenía cicatrices, de esas tan bonitas que dan ganas de besar. Algunas, las más pequeñas, marcaban su piel. Las otras, las grandes, eran heridas del alma.
Las cicatrices son eso, cicatrices. Siempre van a estar ahí, no queda más remedio que aprender a amarlas.

Y ella lo hizo. Cuando le conoció se enamoró perdidamente de sus heridas. De todas, sin saltarse ninguna. De las pequeñas y de las grandes. De las que le marcaban la piel y de las que le perforaban el alma. Ella era torpe, y para ser sinceros, nunca había practicado eso de querer a alguien. Era un poco niña, y entregó el corazón sin reservas. Estaba dispuesta a tener unas cicatrices tan bonitas como las suyas.

Suena algo masoquista, pero yo creo que es bastante bonito.